Tomás Etcheverry parecía tener el partido en el bolsillo. Había ganado el primer set con autoridad y arrancado el segundo con ventaja clara.
Algo cambió. Un gesto, una pausa, y luego la decisión: abandonar. El argentino, que venía mostrando solidez en el ATP de Hangzhou, se retiró por molestias físicas justo cuando todo indicaba que avanzaría sin sobresaltos.
No fue una derrota técnica, sino una interrupción abrupta de una racha que venía en ascenso. El público lo despidió con respeto, y él dejó la cancha con una mezcla de frustración y dignidad.
En un circuito exigente, donde cada punto cuenta, Etcheverry demostró que también se juega con el cuerpo, y que saber cuándo parar es parte del oficio.





