La 49.ª edición de la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires abrió sus puertas el 24 de abril, consolidándose una vez más como el evento cultural más convocante del país. Con miles de personas recorriendo sus pabellones en La Rural, la feria se transformó en un espacio de encuentro entre autores, lectores, editores y voces de distintos rincones del mundo.

Este año, Riad fue la ciudad invitada de honor, con un imponente stand que combinó literatura, arte y gastronomía. La elección generó curiosidad y también debate, pero lo cierto es que el público respondió con interés a las actividades propuestas. La presencia internacional volvió a darle al evento un perfil global, en una edición marcada por la diversidad cultural y la apertura a nuevos públicos.

El discurso inaugural estuvo a cargo del escritor Juan Sasturain, que combinó tono crítico y celebración. Con referencias literarias y políticas, su intervención reflejó el espíritu de una feria que no escapa a las tensiones del contexto. El auditorio, colmado, respondió con aplausos y también con señales de incomodidad cuando aparecieron figuras del gobierno nacional.

Entre las principales novedades, esta edición apostó fuerte por lo digital: transmisiones en vivo, espacios interactivos y una mayor participación de jóvenes influenciadores literarios. También volvió con fuerza el ciclo de literatura indígena, con autores de comunidades originarias que llevaron su palabra a un escenario cada vez más receptivo a miradas alternativas.

Como cada año, los grandes sellos editoriales compartieron espacio con pequeñas editoriales independientes, que ofrecieron títulos difíciles de encontrar en librerías convencionales. Los pasillos se llenaron de familias, estudiantes, docentes y lectores apasionados, demostrando que, incluso en tiempos difíciles, el libro sigue siendo un refugio poderoso.

La Feria del Libro 2025 no fue solo una celebración: también fue un espejo. Reflejó el entusiasmo del público lector, pero también las tensiones que atraviesan al mundo cultural. Entre stands, charlas y firmas de ejemplares, quedó claro que la literatura en Argentina no es solo una expresión artística: es también un acto de resistencia y comunidad.

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